22 marzo 2020
ALZACUELLOS Y SOTANA
Por Enrique Galindo
El Mundo, 16 feb 2020
Castellón (España)
De un tiempo a esta parte, cada vez que veo a una monja o a un cura por la calle me paro a saludarlos y a agradecerles su labor.
Las monjas contestan más efusivas. Los curas son más reservados.
La semana pasada vi a uno chapado a la antigua, con sotana, cerca de la catedral.
Ante tanta solemnidad, me corté un poco, pensando que quizá fuera un obispo o alguien de un poco más arriba que un cura de barrio. No le vi solideo ni botones ni nada de violeta.
Y me acerqué, maletín en mano y con la corbata floja, de vuelta del juzgado.
«Buenos días, Padre, y muchas gracias por su labor y por hacerla tan visible; ya no se ven curas como usted y es una pena»
El hombre me miró y miró su reloj.
«¿Tienes tiempo para un café?» me preguntó.
«Claro que sí», respondí.
Y allí nos fuimos a las terrazas de la plaza de la Paz, entre la gente que pasaba la mañana al sol del invierno.
«Yo nunca llevaba sotana, de hecho no llevaba ni alzacuellos. Yo me veía como una persona más. Podría haber sido abogado como tú, o bombero, o cualquier otra cosa. Pero resulta que era cura».
«Un día, cuando estaba yo de párroco en un pueblo de la Comunidad de Madrid, cambiaron el obispo; y nos convocaron a todos los curas para reunirnos con el nuevo obispo.
Pensé que para la ocasión por lo menos el alzacuellos me tenía que poner. Al final terminé poniéndome alzacuellos y sotana».
Pidió café solo y se lo tomó a sorbos y sin azúcar, mientras seguía contando:
«Cogí el metro para llegar al obispado; y en el metro me di cuenta de que la gente me miraba, pues hoy día ir con sotana es inusual».
«De pronto vi que un hombre con la vista perdida, sentado solo en un banco para dos, comenzó a mirarme fijamente. Estuvo un rato mirándome y se acercó a mí. Me preguntó si era cura de verdad. "De verdad, le dije yo, y estoy a tu disposición" ».
Con el último sorbo del café el cura me acabó de contar la historia:
«Me dijo aquel hombre que se iba a tirar a las vías del tren, y que había pedido una señal. Aquel día la señal fui yo vestido con sotana. El hombre me abrazó y se echó a llorar. Desde entonces llevo sotana todos los días».