domingo, 4 de diciembre de 2011

COMUNIÓN Y HUMILDAD

Jesús decía que no había un varón más grande que Juan el Bautista. 

Juan, humilde como los grandes de verdad, decía que no era digno ni de desatarle las sandalias a Jesús. 


Los Reyes Magos, sabios astrónomos, humildes como los grandes de verdad, se arrodillaron a adorar al Niño Dios recién nacido.

Dios quiere que nos arrodillemos ante Él.


La Virgen María, Reina universal de todo lo creado, se consideraba la esclava del Señor.


Jesús mismo, el más grande por ser Dios, el más humilde por ser el más grande, se arrodillaba para hablar con su Padre, que es Dios.

Jesús, grandeza infinita, se declaró 
humilde de corazón.

San Pablo nos recuerda que todos debemos arrodillarnos al nombre de Jesús.

Y hay católicos que, sin estar impedidos físicamente, no se arrodillan en el momento en que Jesús en persona se hace presente al momento de la consagración.

Y hay católicos que pasan a comulgar con aire displicente (manos en el bolsillo, o conversando, 
o con desinterés).

Y hay católicos insolentes, irreverentes y con ínfulas de grandeza, que ¡cogen con la mano el Cuerpo de Dios!

 Pero, como dijo la Santísima Virgen: 
Dios humilla a los soberbios y exalta a los humildes. Y siempre tiene misericordia con los que le muestran respeto.

Los grandes son humildes, 
los humildes son grandes

los poca cosa son petulantes, 
los petulantes son poca cosa.


Mt 2,11. Mt 3,11. Mt 11,11. Mt 11,29. Mt 17,14. Mc 1,40. Lc 1,38. Lc 1,48. Lc 1,50. Lc 1,52. Lc 5,8. Lc 22,41. Hch7,60. Hch 9,40. Hch 20,36. Hch. 21,5. Rom 11,14. Rom 14,11. Ef 3,14. Fil 2,10.