16 abril 2022
Dice el Credo:
[Jesucristo] Descendió a los infiernos.
En latín:
Descendit ad inferos.
Inferos traduce lugares inferiores, lugares que están debajo.
Lugares adonde iban los muertos.
No subían al Cielo, porque aún no había llegado la redención de Cristo.
Nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, es decir, el Hijo del Hombre. (Juan 3,13)
En ese inframundo estaban buenos y malos. (1 Pedro 3,18)
[Cristo] fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos. (1 Pedro 3,19)
Hasta a los muertos fue anunciada la Buena Nueva. (1 Pedro 4,6)
Pero no todos corrían la misma suerte.
Unos estaban en el "Seno de Abraham", lugar de consuelo.
Otros, entre tormentos.
Como muestra la parábola del rico [Epulón] y el pobre Lázaro. (Lucas 16,19-26)
[El rico no fue al lugar de tormento por ser rico.
El pobre no fue al lugar de consuelo por ser pobre.
La parábola es un reproche a quienes no les importa la suerte de los demás.
De ahí que, cuando Zaqueo prometió dar la mitad a de su riqueza a los pobres y devolver cuatro veces lo robado, Jesús se alegró con Zaqueo exclamando: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lucas 19,9)]
Jesús no fue a los lugares inferiores a liberar a los condenados,
no fue a destruir el lugar de los condenados.
Fue sólo por los hombres de bien,
para llevarlos a la presencia de Dios,
con quien Cristo nos había reconciliado gracias a su sacrificio.
(Catecismo 631-637)
En una visita a la Sábana Santa en Turín (2 mayo 2010), el Papa Benedicto 16 hizo ante los fieles esta meditación sobre el Sábado Santo y el descenso de Jesús a los infiernos:
El Sábado Santo es el día en que Dios está oculto.
Un gran silencio y una gran soledad envuelven la tierra.
El Rey duerme.
Ha puesto en revuelo a los infiernos.
Dios hecho hombre entró en la muerte,
en la soledad máxima y absoluta del hombre.
A donde no llega ni un rayo de amor,
donde no hay más que abandono,
donde no hay ni una palabra de consuelo.
Jesucristo, permaneciendo en la muerte,
cruzó la puerta de esta soledad máxima,
para enseñarnos a atravesarla en compañía de Él.
Somos como niños con miedo a estar solos en la oscuridad,
y únicamente la presencia de una persona que nos ama nos puede tranquilizar.
Esto fue lo que ocurrió el Sábado Santo:
en el reino de la muerte resonó la voz de Dios.
Sucedió lo impensable: el Amor penetró en los infiernos.
En la oscuridad total de la soledad absoluta,
podemos escuchar una voz que nos llama,
podemos encontrar una mano que nos toma y nos saca de allí.
El ser humano vive cuando ama y es amado.
Cuando el amor penetra en el espacio de la muerte, llega la vida.
En la hora de máxima soledad, nunca estaremos solos.
https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2010/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20100502_meditazione-torino.html