1848 - 1906
Agustino recoleto a los 16 años.
Misionero en Filipinas desde los 22 años.
Aquí fue ordenado sacerdote a los 23 años.
A los 36 años regresó a España como superior de un convento en Navarra.
Terminado su período de superior, a los 40 años fue a organizar la comunidad agustina en Colombia.
Aquí fue consagrado obispo a los 46 años.
Gracias a su irreductible celo pastoral, que casi todo el clero y sus fieles apoyaban con fervor, enfrentó con valiente firmeza un período de agudo anticlericalismo, hostigamiento a la Iglesia y ácidos ataques personales por cuenta de los partidarios de la política liberal.
Dada su estricta obediencia a la autoridad de la Iglesia, fueron para él una lacerante tortura íntima la incomprensión y las amonestaciones de Francesco Ragonesi, delegado papal en Colombia.
Enfermó de cáncer de paladar a los 56 años. Pero trató de seguir su vida con normalidad.
Sus superiores le ordenaron volver a España, donde fue sometido a varias cirugías, dolorosas, pero soportadas con serenidad.
Finalmente, a los 58 años, un 19 de agosto sucumbió al cáncer.
San Juan Pablo 2° lo canonizó faltando un día para cumplirse 500 años del descubrimiento de América.
Su cuerpo permanece incorrupto en el monasterio de Monteagudo, del que fuera superior.
Es patrono de los enfermos de cáncer.
Uno de los escritos famosos del obispo San Ezequiel Moreno es su carta contra el liberalismo.
Entiéndase en este caso por liberalismo la ideología que trabaja por liberarse o independizarse de la Iglesia, ideología representada por los partidos políticos liberales, afines a los marxistas y a los masones, todos los cuales pretenden que cada uno de los aspectos de la vida social y política esté libre de cualquier mención e influencia de Dios y de las creencias católicas, con el fin de imponer normas de conducta contrarias a la religión.
Ésta es la carta, tan actual hoy como hace 124 años, cuando fue escrita:
Introducción
La carta del sacerdote Baltasar Vélez invita a acomodarse al liberalismo y a los "católicos liberales".
Lo que sería funesto para la Religión y la sociedad.
Que reconocidos bandos anticlericales la hayan recibido con gusto y los buenos católicos con disgusto, habla mal de la carta.
En ella vemos mezcladas unas pocas cosas buenas con muchas cosas malas... y hasta heréticas.
En tanto revoltijo, no es fácil distinguir lo correcto.
Por ser escrita por un sacerdote, hay católicos confundidos.
Eso me motiva a comentarla.
Aunque empeoren los ultrajes contra mí.
Sea por la mayor gloria de Dios y por el bien de las almas.
El gran error contrario a una verdad católica
Dice el Padre Vélez que desde su ordenación prometió
«no ver si los hombres son conservadores o liberales, sino sólo ver que todos forman una sola unidad con Cristo»
Ver como unidos a Cristo a quienes pregonan cosas contra la enseñanza de la Iglesia es un gran error.
Nuestra Iglesia no verá en tales personas una sola unidad con Cristo; las verá como miembros separados de Cristo
Los que contradicen o se apartan de la enseñanza de la Iglesia están excluidos de ella. (Primer Concilio de Constantinopla, canon 6.)
«Los que no aceptan las creencias de la Iglesia no están en la Iglesia de Cristo; están en la caverna del anticristo». (San Jerónimo en "Diálogo contra los luciferianos", nota última.)
«Los que no guardan fidelidad a la fe han sido suprimidos de la Iglesia como sarmientos inútiles cortados de la vid». (San Agustín, sermón 46, cánones 18 y 36.)
Los que discrepan de la Iglesia están separados de la Iglesia y de Jesucristo, cabeza de la Iglesia, y no forman unidad con Cristo.
Jesucristo, Verdad Eterna, enseña lo que ocurre a los que se separan de Él:
«Yo soy el tronco, vosotros las ramas. Así como la rama no puede dar fruto si no está unida al tronco, tampoco vosotros si no estáis unidos a Mí» (Juan 15,4).
Siempre será un error contrario a la verdad católica decir, como se desprende de la carta del P. Vélez, que los que se apartan de la enseñanza de la Iglesia forman unidad con Cristo.
Una de dos: o el P. Vélez escribió ese error sabiendo lo que escribía, o ignorando lo que escribía.
Si lo sabía, faltó a la fe, enseñando doctrina contraria a la verdad católica.
Si lo ignoraba, no puede ser maestro en cuestiones católicas delicadas, como las que desarrolla en su carta.
Las personas razonables sólo pueden mirar la carta con el desprecio que merece.
El liberalismo político, condenado por la Iglesia.
Define el P. Vélez:
Liberalismo político es la doctrina que reconoce al hombre y a los pueblos derechos naturales para autogobernarse libre y ordenadamente.
Definición borrosa, fácil de admitir para un racionalista o un ateo. Un católico debe desconfiar; y desconfiando no se equivoca.
El P. Vélez en su carta, complacido porque la humanidad se emancipó con la Revolución Francesa, puntualiza:
el liberalismo político es la Declaración de los Derechos del Hombre (DeclDerHom).
Para la Iglesia y los autores católicos, la DeclDerHom nació del racionalismo.
[Nota del blog:
Racionalismo: todo conocimiento debe basarse en la razón. Por la razón se llega a las verdades absolutas. La razón puede llegar a cualquier punto y situación; la razón no tiene límites. Lo que no se alcance por la razón, no es aceptable. Por ejemplo, la experiencia, la observación, la percepción, la fe en la Revelación divina, no son aceptables, pues nada puede estar por encima de la razón.]
León 13 en su encíclica Dios Inmortal (Inmortale Dei) dice:
La Revolución Francesa trajo una libertad abusiva; es dañosa y pisotea las verdades cristianas; da lugar a un derecho siniestro, que arrasa el orden civil, y da la espalda al derecho natural y al derecho moral.
Cabe recordar que la DeclDerHom fue condenada por Pío 6°, y que el Syllabus reprueba los desatinos del moderno liberalismo contenidos en la DeclDerHom.
[Pío 6° era el Papa en la época de la Rev. Francesa]
[Syllabus: lista elaborada por la Santa Sede en 1864, siendo Papa Pío 9°, que enumera y rechaza los errores éticos, morales y religiosos del modernismo de la época]
Las políticas de la Rev. Francesa, la DeclDerHom, las ideas y modelos torcidos que provienen de tal declaración, la Iglesia no puede hacer otra cosa más que rechazarlos.
Queda entonces bien probado que el liberalismo político, que defiende el P. Vélez en su carta, está condenado por la Iglesia.
No hay necesidad de más pruebas. Pero presentaremos otra.
Escribe el P. Vélez que el liberalismo político que él respalda lo profesan en masa varias naciones, entre ellas la norteamericana.
León 13, en su encíclica al episcopado norteamericano, señala que el ideal de la Iglesia no está en la Iglesia de EEUU, y que para la Religión y la sociedad no es conveniente ni es moral la separación entre los intereses civiles y los religiosos, como es la usanza norteamericana.
La condena de la Iglesia al liberalismo político
El ideal del liberalismo es que Estado, familia e individuo se aparten de toda obediencia a Dios y a su Iglesia, y se declaren por completo independientes.
Para conseguir tal ideal, el liberalismo no se detiene en razonamientos, sino que pasa al terreno de los hechos.
El liberalismo político es el racionalismo llevado a la práctica.
Nos enseña León 13 en su encíclica "La Libertad" ("Libertas"):
Lo que los racionalistas pretenden en filosofía, el liberalismo lo pretende en moral y en política, aplicando las recetas del racionalismo a las costumbres y acciones de la vida.
Deseo aclarar primero qué es filosofismo: es una filosofía falsa, sin fundamento; es introducir consideraciones filosóficas donde no tienen cabida.
Por lo tanto, así como el filosofismo propuso los Derechos del Hombre, y así como la revolución los llevó a la práctica, puedo afirmar, basado en las palabras de León 13, que el racionalismo propone los errores, y el liberalismo los lleva a la práctica en la política y en el gobierno de los pueblos.
Esa puesta en práctica puede ser en mayor o menor escala, dado que el liberalismo se presenta en variadas formas.
Pues, como dice León 13, el liberalismo, en diferentes grados y modos, desobedece a Dios y a las autoridades de la Iglesia.
Desobediencia que practica en tres formas principales:
Primera: liberalismo radical. Rechaza rotundamente la potestad de Dios sobre el hombre y la sociedad.
Segunda: liberalismo naturalista. Declara que hay que obedecer los mandatos conocidos por la razón natural, y no los que Dios quiera imponer por otra vía, o sea por la vía sobrenatural de su Iglesia.
Tercera: dice León 13 que esta forma en apariencia más moderada, pero igual de ilógica, determina que las leyes divinas rijan para los particulares, pero no para el Estado, el cual puede apartarse de los preceptos de Dios y no tenerlo en cuenta al elaborar las leyes.
Esto no es más que la perniciosa separación entre Iglesia y Estado, con el resultado absurdo de que el ciudadano sí respete a la Iglesia y el Estado no la respete.
Dicta el liberalismo: lo que hay que hacer es que Iglesia y Estado se separen, y que un concordato reglamente cómo van a coexistir.
En un mandato liberal, la Religión es algo insignificante, por más que la profese la mayoría. Y sólo por consideración con esa mayoría (y no porque la Religión sea importante) se admite un concordato.
Pero a pesar de dicho concordato, el mandato liberal favorecerá una libertad de cultos, que confunde, y una autonomía de prensa sin freno, sin la más mínima limitación.
¡Ay de la Iglesia, ay de la Religión, en los gobiernos liberales!
Fuera de estas tres formas de liberalismo hay otras variantes, con racionalismo atenuado o acentuado. Todas condenadas por la Iglesia, debido a que ese racionalismo dispone que el hombre sea independiente de la autoridad de Dios.
Liberalismo católico, o catolicismo liberal. Condenado por la Iglesia.
Ilógico y contradictorio, pero existe un liberalismo católico, o un catolicismo liberal. Se engañan a sí mismos y engañan a los demás todos los que dicen:
Soy católico, pero liberal.
Es un hecho: muchos gritan y reafirman que son liberales y también católicos.
Por más que sean dos cosas opuestas y no sea posible la unión entre ambas, sí existe un catolicismo liberal.
No diré yo qué es el liberalismo católico o catolicismo liberal. No diré yo lo seductor que se presenta. No diré yo los daños que causa a la Santa Iglesia y a las almas.
Porque, mejor de lo que yo podría decirlo, ya lo ha dicho Pío 9° en las alocuciones en las que ha condenado tamaño error.
Basta ver sólo unas de sus muchas citas, para saber de qué se trata y a qué atenernos.
[Nota previa: "La Comuna de París" fue una violenta revuelta obrera, que concluyó en dictadura de representantes obreros. En los dos meses largos que duró -marzo 18 a mayo 28 de 1871-, expulsó sacerdotes y crucifijos. Se apropió de templos y otros bienes de la Iglesia para convertirlos en sedes de gobierno. Obligó a la Iglesia a someterse a sus políticas. Instauró un Estado laico. Se apoderó de las fábricas para ponerlas bajo el control obrero. Creó guarderías para los hijos de las obreras. Confiscó casas y se las dio a los trabajadores. Estableció asistencia médica gratuita con total derecho al aborto. Perdonó los intereses de las deudas pendientes. Una situación económicamente insostenible.]
Alocución de Pío 9° a un grupo de franceses en 1871:
Lo que aflige a vuestro país y le impide merecer las bendiciones de Dios es la mescolanza de doctrinas.
No temo para vosotros a los miserables de "La Comuna", verdaderos demonios escapados del infierno.
Lo que temo es el liberalismo católico, sistema fatal que sueña en conciliar lo inconciliable: Iglesia y Revolución liberal.
Lo he condenado ya y lo condenaría mil veces, si es necesario.
Ese juego de balancín destruirá la Religión entre vosotros.
Alabo la total aversión que decís profesar a las teorías católico-liberales y vuestro decidido intento de erradicarlas.
Son ellas un siniestro error más peligroso que una enemistad declarada; porque se cubren con un manto fingido de recta intención y de caridad.
Al combatir dicho error y prevenir de él a la gente de bien, extirparéis una funesta causa de discordia y contribuiréis eficazmente a unir y fortalecer los ánimos.
El 9 de junio de 1871, decía Pío 9° a la Sociedad Católica de Orleáns (Francia):
Aplaudo vuestra lucha contra la impiedad, pero tened en cuenta que representan un peligro más grave los amigos de esa doctrina de doble cara, que no responden por las consecuencias de sus errores, pero se obstinan en causarlos.
En 1873, le escribía Pío 9° al obispo de Bretaña (Francia), refiriéndose a la Asamblea General de Asociaciones Católicas:
Esas opiniones liberales pueden llevar al camino resbaladizo del error a los católicos de buena fe, captando sin esfuerzo su credulidad e induciéndolos a admitir doctrinas muy perniciosas.
Inculcad, venerable hermano, a los miembros de esa asamblea católica que, cuando censuro a los secuaces de esas opiniones liberales, no me refiero a los abiertos enemigos de la Iglesia, sino a aquellos que, contagiados de los solapados principios liberales, impregnados de malignidad y no tan inofensivos para la Religión, como se cree, los transmiten fácilmente en las mentes, propagando así las semillas de esas turbulencias que traen revuelto al mundo desde hace mucho tiempo.
Estas declaraciones cierran todas las salidas a los católicos-liberales.
Ni aun el nombre "liberal" queda fuera de censura.
León 13, en su alocución en el consistorio de cardenales, el 30 de junio de 1897 dijo:
No comprendo cómo puede haber personas que dicen ser católicas, y al mismo tiempo no sólo simpatizan con el liberalismo, sino que llegan a tal grado de ceguera e insensatez, que se ufanan de llamarse "liberales".
El liberalismo está condenado en todas sus formas y grados por nuestra Santa Madre la Iglesia. Y todo el que se precie de buen católico, debe también condenarlo de la misma manera y rechazar hasta el nombre de "liberal".
O con Jesucristo, o contra Jesucristo
Hay liberales contrarios a Jesucristo, sea de modo abierto, sea disimulado.
Otros tratan de que lo liberal y lo católico anden unidos, pero perjudicando la parte católica.
Todos ellos, no cabe duda, están contra Jesucristo.
Sin embargo, hay católicos que creen poder ser neutros y no pertenecer a ninguno de esos bandos contrarios.
Y se disputan el gobierno de los pueblos, el uno aspirando a gobernar según la ley de Dios hasta donde políticamente le sea posible, y el otro sin tener en cuenta ni a Dios ni las enseñanzas de la Iglesia.
Ese punto neutro es una quimera. No ha existido ni existirá. Ya lo dijo Nuestro Señor:
«Quien no está conmigo, está contra Mí» (Lucas 11,23).
Algunos a esta cita le oponen esta otra:
«Quien no está contra vosotros, está con vosotros» (Lucas 9,50).
Esta última cita se refiere a un hombre que no pertenecía al grupo de los discípulos, pero hacía lo que los discípulos hacían.
No era el tipo de hombre que no hace ni deja hacer.
Cornelio Alápide y todos los expertos biblistas dicen que no hay oposición entre esas dos sentencias, porque la última debe entenderse así:
Quien no está contra vosotros, y os imita, está con vosotros.
Es posible no estar en contra y a la vez no estar a favor.
Pero no estar a favor es estar en contra en alguna medida.
Y siempre acaba resultando que el que no está a favor de Jesucristo, está contra Él.
Por eso en religión no hay neutro.
Por ejemplo, quien dice que no se enseñe religión en los colegios, ¿cumple con lo que quería Jesús: "Id por el mundo y proclamad el Evangelio"?
¿Está contra la religión o está con la religión?
Es evidente que está contra la religión.
Jesucristo tiene plena autoridad sobre naciones, pueblos e individuos.
Por lo tanto, puede imponer su ley, y tiene total derecho a ser obedecido.
Así que los neutrales, a quienes les resulte indiferente que Jesucristo sea obedecido o no, están contra Él, pues no le procuran la obediencia que a Él corresponde; no hacen nada para que se le honre como soberano, Señor de todo, y hasta permiten que se le insulte y desprecie.
Jesucristo tiene derecho a que todo sea para Él y para su gloria, así que todo debe ordenarse hacia ese fin en el gobierno de las naciones, de los pueblos, de las familias, de los individuos.
Los que no hagan algo por favorecer ese estado de cosas, y les dé igual si a Jesucristo se le da gloria o no, se le sirve o no, se le reconoce como soberano o no, están contra Él.
Se desprende que, aunque un gobierno no dicte leyes contra la Iglesia, si se muestra ajeno a ella, ya está contra Jesucristo.
Por ejemplo: un hombre irrumpe en una casa y, puñal en mano, amenaza a la señora de la casa con matarla si no le da el dinero que tenga guardado.
Su hijo, grande y fornido, en vez de defender a la madre, piensa:
Es su problema, no el mío, ella puede solucionarlo si quiere; me mantendré neutro.
Nadie duda en considerar que a este hijo no le importa su madre, que no la quiere como debiera, y que actuó contra su madre, que salió perjudicada porque él no quiso defenderla.
Actúa igual el gobierno que ve los daños que se le hacen a la Religión de Jesucristo y dice, como aquel hijo:
Ahí se las arregle la Religión como pueda.
Que no haya respeto por Dios, que se propaguen errores contra su doctrina, que se le arrincone u olvide, nada tengo que ver en eso, he de ser neutral.
¿Cómo dudar que un gobierno así, está contra Jesucristo?
Igual tesis puede aplicarse a los individuos que pueden hacer algo por Jesucristo y no lo hacen.
Hoy hay muchos de esos que dicen:
No me mezclo en política; allá se las arreglen; me da lo mismo que mande quien sea.
Es obvio que están contra Cristo, pues no les importa que suban al poder hombres que hagan caso omiso de su Iglesia, de sus ministros, de sus cosas, lo cual es una forma de ataque.
Hay otros muchos que piensan:
Es grave lo que está pasando; la situación se pone peligrosa; los enemigos de Dios trabajan sin cesar; pero nada podemos hacer. No quiero meterme, ni indisponerme con nadie.
No pocos de los que hablan de ese modo tienen la posición, el talento, los recursos, para hacer mucho por Jesús y no lo hacen, y dejan actuar a los enemigos de Nuestro Señor, con tal de que dichos enemigos sean amigos de ellos y no los persigan, como persiguen al Divino Maestro.
¿Diremos que éstos están con Jesucristo, siendo amigos de sus enemigos y no oponiéndose a sus ataques al Señor, pudiendo oponerse?
¡Basta! Estos neutros ya fueron juzgados con esta sentencia:
"Quien no está conmigo, está contra Mí".
O catolicismo, o liberalismo. No hay conciliación posible.
Cuando la Iglesia ha hablado sobre alguna cuestión, el verdadero católico que quiere pisar terreno firme y seguro debe seguir las enseñanzas de la Maestra de la verdad y acoplar su juicio personal al juicio de la Iglesia.
En cuanto a componendas y conciliaciones entre catolicismo y liberalismo, entre católicos y liberales, la Iglesia las ha condenado por perjudiciales a la Religión y a las almas.
Respecto de si el Papa debe reconciliarse y transigir con el progresismo, con el liberalismo y con la moral moderna, el Syllabus de Pío 9° condena como errónea esta posición y declara verdadero lo contrario:
No reconciliarse. No transigir.
Catolicismo y Liberalismo son creencias incompatibles, y el Papa es jefe y cabeza del catolicismo.
Esto dijo Pío 9° en la Alocución del 17 de septiembre de 1861:
En estos tiempos de confusión y desorden, no es raro ver a católicos —aun dentro del clero— que tienen siempre las palabras de término medio: conciliación y transacción.
Declaro sin titubeos: están en un error y los considero enemigos peligrosos de la Iglesia.
Así como no es posible la conciliación entre Dios y el demonio, tampoco es posible la conciliación entre la Iglesia y los que colaboran a su perdición.
Nuestra firmeza debe ir acompañada de prudencia. Lo inadmisible es que por exceso de prudencia terminemos pactando con los enemigos de la fe. Debemos mantenernos inquebrantables: nada de conciliación, nada de tratos prohibidos e imposibles.
Veamos el Breve [carta] dirigido por Pío 9° al Círculo de San Ambrosio de Milán, el 6 de marzo de 1873:
La gente mundana es más astuta que la gente espiritual.
Porque no les importa de qué engaños y delitos tengan que valerse para obtener sus fines.
Pero sus violencias y fraudes serían menos nocivos si muchos de los que se dicen católicos no les tendiesen una mano amiga.
No faltan quienes por mantener amistad con ellos, procuran establecer íntima relación entre luz y oscuridad, entre rectitud e iniquidad, por medio de doctrinas que llaman católico-liberales.
Doctrinas que, basadas en principios extremadamente dañinos, enaltecen a los poderes civiles.
Los cuales atropellan las cosas espirituales y empujan las voluntades a someterse a las leyes más infames, o por lo menos a aceptarlas.
Pero Jesús lo dijo: "nadie puede servir a dos señores".
Estos católico-liberales son más peligrosos y siniestros que los enemigos declarados.
Ya sea porque sin ser notados, o quizás porque, sin caer en la cuenta, secundan las intenciones de los perversos.
O ya sea también porque aparentan honorabilidad y apego a la sana doctrina, lo que confunde a los desprevenidos partidarios de conciliación, y trae a engaño a los hombres de bien, que de otro modo se opondrían al error manifiesto.
[Nota: El mismo Pío 9° promulgó la encíclica Quanta Cura (Cuánto Esmero) sobre los principales errores de la época. La encíclica no está mencionada en este Breve, pero sí muy relacionada con lo que el Breve trata.]
Habló, pues, la Iglesia de modo tan claro y terminante que no caben dudas de que prohíbe conciliaciones entre catolicismo y liberalismo.
Es decir, ni se deben proponer, ni se deben aceptar esas conciliaciones; proponerlas o aceptarlas va en contra de lo que desea y enseña la Iglesia.
Hay que enseñar esta doctrina en tono tan alto que todos la oigan, y de modo tan claro que todos la entiendan.
Estamos en días de confusión y desorden, en los que se han presentado católicos —entre ellos un sacerdote— lanzando a los cuatro vientos palabras de término medio, de sometimiento, de conciliación.
Pues bien, entonces yo tampoco vacilo en declarar:
Están en un error y los considero enemigos peligrosos de la Iglesia.
No son posibles acuerdos entre Jesucristo y el diablo, entre la Iglesia y sus enemigos, entre catolicismo y liberalismo.
Seamos firmes:
O catolicismo, o liberalismo.
Concesiones y acuerdos son prohibidos, son imposibles.
Necesidad de luchar contra el liberalismo ante su alarmante propagación en perjuicio de nuestra fe
Los liberales son muchos. Sus cómplices son muchos. Los contaminados de liberalismo son más, y lo favorecen, acaso sin darse cuenta.
Nuestra Fe santa tiene muchos enemigos. Que no duermen, que no descansan, que luchan de continuo, para triunfar y gobernarnos con la mínima dosis posible de catolicismo.
Si no pueden desterrarlo del todo, algo permitirán, por consideración al sentimiento religioso de la gran mayoría, como dicen ellos.
Por culpa de esa lucha incesante del enemigo, aumenta su radio de acción, engruesa sus filas, gana terreno, avanza y se presenta de frente, no pidiendo, sino exigiendo que se respeten los derechos que dice tener para separar a los hombres de Dios, y legislar de modo que se pueda insultar impunemente y propagar cuanta blasfemia se les ocurra. ¡Como si hubiera derecho a cometer tales atropellos!
Todo derecho proviene de Dios.
Y es absurdo pensar que Dios da derecho a los hombres para que lo desprecien, para que lo irrespeten, para que lo ataquen.
Por esa razón, el hombre no tiene esos derechos que exige el liberalismo.
Y ya que el enemigo, como peste mortífera, todo lo invade, muchos han caído víctimas de su acción destructora.
Unos han muerto a la vida de la fe.
Otros andan gravemente afectados del terrible mal.
Muchos faltos de firmeza se tambalean, embriagados por la asfixia que produce la atmósfera contagiosa que se respira por todas partes.
Muchísimos han tragado ya el veneno sin darse cuenta; y escriben, hablan y obran a lo liberal, habiendo figurado antes en el campo de las ideas sanas.
Contra la actitud del enemigo, atrevida, alarmante y peligrosa para las almas, es necesario luchar con valor cristiano, si no queremos aparecer en la milicia de Cristo como soldados cobardes e indignos de su nombre.
No se trata de que cada católico se arme de un fusil, a menos que el enemigo sí lo haga, porque si un pueblo puede guerrear por ciertas causas justas, con más razón para defender su fe, que proporciona la felicidad verdadera y eterna para la que fue creado el hombre.
Si no hubiera derecho para guerrear en este caso, no lo habría en ningún otro, porque los otros motivos justos que pueda haber son muy inferiores al de la guarda de la fe de un pueblo.
Pero no se trata de la lucha de sangre, repito, ni de inducir a ella.
¡Ojalá esa guerra no la veamos nunca!
Lo que digo es que, en vista de cómo el liberalismo se propaga, en vista de su altanería y de sus aires de grandeza, todos sin distingo estamos en el deber de defender nuestra fe de la manera lícita en que cada uno pueda y de luchar contra el liberalismo, impedir su expansión y, en lo posible, erradicar sus doctrinas y sus obras.
Es preciso que obispos, sacerdotes y seglares católicos griten recio y con firmeza en defensa de la fe.
Ante un enemigo común que nos empuja al combate, nadie debe permanecer indiferente e inactivo.
La fe debe ser para los pueblos el tesoro más valioso, y hay que defenderlo, para que no disminuya en lo más mínimo.
A fin de transmitirlo íntegro como legado precioso a las generaciones venideras.
De ahí nace para cada católico el deber imperioso de acudir a la defensa de su fe cuando la ve en peligro, y de luchar y oponerse al enemigo por cuantos medios permite la ley de Dios.
Hoy el combate religioso lo presenta el enemigo en el terreno político.
Y a ese combate hay que acudir con valor y decisión, para que los mandatarios sean católicos, su manera de gobernar sea católica y su política sea católica.
La Iglesia no apoya ni puede apoyar las candidaturas liberales,
y el que vota por ellas ofende a Dios y peca,
pues quien no está con Dios, está contra Dios;
quien es amigo del enemigo de Dios, es enemigo de Dios.
Cuando en nuestra presencia se hable contra nuestra santa Religión, debemos oponernos al error y luchar contra él con la palabra, no callando; refutando con doctrinas íntegramente católicas aquellas doctrinas antirreligiosas o de medias tintas.
Todos podemos hacer algo contra el error viviendo como buenos católicos; con el buen ejemplo; con la oración; rogando a Dios con fervor que dé luz a los ciegos, que traiga al buen camino a los que andan descarriados; y pidiéndole que a los buenos los sostenga en la fe y en la práctica de las virtudes cristianas.
Conclusión
De corazón digo que por nadie siento odio ni antipatía.
Para todos pedimos a Dios sus bendiciones y sobre todo la vida eterna.
Este escrito sólo tiene el propósito de contribuir en algo al triunfo de la verdad, a la gloria de Dios y al bien de las almas.
Quedo listo para la lluvia de frases liberales, viejas y con el rancio olor a la bodega de donde las sacan a ventilar cuando les parece:
¡Oscurantismo!
¡Los curas no deben meterse en política!
¡Su misión es misión de paz!
¡Qué falta de caridad!
Que venga todo eso, que peores cosas nos han dicho ya.
Pero este texto es pura religión.
Aunque nuestra misión es de paz, también es de guerra contra el error.
Y esa misión es todo lo contrario a falta de caridad.
Caridad llama el liberalismo a consentir lo absurdo, lo maligno, lo criminal.
Postura que nunca adoptaremos, mientras Dios nos tenga de su mano.
Espero que el P. Vélez reciba con buena voluntad lo que he escrito, porque, por una parte, dice que con humildad somete su carta al juicio del episcopado; y, por otra parte, ha de reconocer que no escribí contra él, sino contra los errores de su carta.
También espero que reciba estos consejos:
1. Que no haga alarde de independencia de criterio y de que nunca será materia prima de nadie; eso por ser contrario a la humildad cristiana, puede llevar a la ruina espiritual.
Sin oponer resistencia, debería dejarse dirigir por Dios, por su Santa Religión y por sus legítimos superiores.
2. Que no corra a tierras lejanas, pues aquí faltan sacerdotes que vayan a los lugares donde no los hay.
3. Que no llame "Tribuno del Pueblo" a Nuestro Señor Jesucristo, y no diga que Él vino a restablecer los derechos del pueblo, pues todo eso suena a una subversión contra el orden natural, la cual Él nunca practicó.
Es más respetuoso llamarlo como lo llama el pueblo cristiano:
Divino Redentor de las almas;
Salvador, que nos libró de la esclavitud del pecado y del demonio;
Liberador, que nos libra del infierno si le servirnos con fidelidad.
4. Que no haga ostentación de tener muchos amigos liberales, ni diga a los demás que pueden tenerlos, porque el error es contagioso y se pega.
Por eso dice Dios en Proverbios 1,10:
"Hijo mío, por más que te halaguen los pecadores, no condesciendas con ellos".
También San Pablo dice en Timoteo 3,2-7:
"Vendrán días difíciles. Los hombres no respetarán la religión. Buscarán sus propias satisfacciones, pero no buscarán a Dios. Aparentarán ser religiosos, pero sus obras los desmentirán. Huye de esta clase de hombres, porque se resisten a la verdad".
Eso mismo enseña nuestra Santa Madre la Iglesia, y no otra cosa dicen los Santos Padres.
Sirvamos a Dios Nuestro Señor en este mundo, tal como Él quiere que lo sirvamos, para que tengamos la dicha de verlo y gozar de su compañía en el Cielo.
Que allí nos veamos todos. Así sea.